lunes, 10 de septiembre de 2007

SUPERFICIALIDAD, EXCESO Y QUEJA

[...] ...Cabría entonces hablar de la superficialidad como un reflejo fantasmal de lo que nunca es, de un fraude especulativo de inversiones de futuro, de un dulce velo pintado con el simulacro de lo que esconde, como las lonas futuristas que cubrían barcos o los edificios en construcción de la Gran Vía. Y sin embargo, en este esfuerzo traslativo, en esta operación de llevar la fuerza a este frente de batalla, por reordenar el contingente a la cabeza del pelotón, no se aprecia tanto un cambio de localización del punto de energía como el hecho de diseminar, confundir y encubrir las carencias de la materia original. Se construye superficialmente para ocultar, no para habitar una nueva situación. Sería un equívoco pensar que nuestro propio cuerpo es un ejemplo de superficialidad igual que sería estúpido pensar que el exoesqueleto de un cangrejo es el resultado de una impostura darwinista. Entre los órganos blandos y la dureza ósea hay infinidad de ligazones, de ataduras, de nexos. Mientras que si hay algo que define la superficialidad es que entre lo envuelto y la envoltura siempre ha de haber una fina o gruesa capa de vacío total, un desierto de inactividad, un páramo hermético donde no corre el viento de las ideas. Si esta yerma llanura fuese habitada siquiera por unos versos perdidos, por una leve voz de voluntad, incluso por el sonido POP de un bote de Pringles al abrirse, concluiríamos que el cuerpo ha agrandado su volumen con una honda respiración y no lo descalificaríamos como un vano intento de imitar la actividad pulmonar.
Es la deriva en las turbulentas aguas del exceso lo que creemos que conduce a esta epidermis social, a este estrato de superficialidad constante. No cabe duda de que el cuerpo se encuentra sumergido en una placenta social tapizada de recursos, de objetos, de múltiples medios y de infinitos productos. Nada parece saciar esta manía acumulativa, acaparadora, donde los estadios de pertenencia se alteran de tal manera que el individuo deja de pertenecer al mundo para ser el mundo lo que el individuo posee y ambiciona. Esta superioridad biológica sólo es posible a través de una impostura, a través de un “disfraz” que recubra los órganos vitales. En el culmen de la pirámide del abastecimiento, en el vértice máximo de una sociedad occidental excesiva, sólo cabe el fraude a la propia condición humana.
Y es ese un punto esclarecedor. Un equilibrio de volatilidad alta que es imposible de mantener por mucho tiempo. Es en ese epicentro de la duda, es en esa bifurcación de senderos, donde se empieza a gestar el vacío, la semiosfera de completa vacuidad. Ahí es donde el individuo empieza a separarse de su propia contingencia y a dibujar su imagen ideal sobre la corteza de la superficialidad. El ímpetu acumulativo ha generado una inercia ascendente, una fuerza motriz que ayuda a despegarse del núcleo. Pero este peso en movimiento aún genera una energía gravitatoria de anclaje y pertenencia, de atracción y lastre. Para deshacernos por completo de esta responsabilidad y empezar a incrementar la inflación de la realidad, necesitamos un empuje más, una “velocidad de escape” que imprima una potencia reactiva contra el cuerpo que queremos abandonar. Es necesaria una deslegitimación de todo lo que nos precede para agrandar este espacio fronterizo, este no man’s land. Ahí es donde la indolente cultura de la queja aparece. La queja redime, la queja exorciza, la queja eleva al sujeto, le dota casi de la capacidad demiúrgica de discriminar, condenar y castigar en un solo movimiento de dedo. La queja es el pasaje hacia la superficialidad si procede del exceso. Su simple presencia crea una burbuja de vacío, sólo existe por oposición, ningún elemento la origina pero todo la alimenta. Si nadas en el exceso, pero quieres caminar sobre la superficie, quéjate de tu condición de hombre... [...]

Horacio Sevilla
Extracto de la conferencia “Superficialidad, exceso y queja”
en la Universidad de Portland